La flor de lis

Escrito el 15/04/2024
Manuel López Hueso

Desde que existe el poder siempre se ha dicho eso de que hay en este mundo ricos y pobres. Una realidad sin duda de todo lo que vemos.

Hace unos días, saltaba una noticia, y no era que habían descubierto la cura contra el cáncer, sino el enlace matrimonial del alcalde de Madrid. Antes de seguir comentar que este artículo no va contra el alcalde en sí.

El motivo de estas líneas no es el enlace en sí, ni que eso sea noticia, sino la visita de parte de la familia real a ese bodorrio donde hubo hasta un chotis.

Reparé en la imagen del Rey emérito Juan Carlos I, con la cara cansada ya de tantos años, pero que no perdía la sonrisa.

La consigna general hace años para referirse al monarca jubilado era que era campechano. Comparto dicha afirmación, aunque es bien cierto que sus últimos años deja mucho que desear de lo que logró.

Muchos no se acuerdan, que siendo niño, fue «adoptado» por un dictador que se lo quitó de los brazos de su madre, para inculcarle la idea patria del régimen. Al menos la que tenía un sector militar en mente.

El padre del pequeño accedió, el regreso Borbón estaba cerca, pensaba mientras se despedía de su hijo en la estación de Estoril. El infante, que no contaba más de diez años, seguramente lloraba, o quizás se preguntaba que quién eran ese sacerdote y ese guardia civil que le acompañaban en el tren Lusitania que hizo parada final en Villaverde.

Lo recluyeron en la finca de las Jarillas, un lugar de lujo, con ocho de los niños de la élite aristócrata de España.

Tras unos vaivenes del padre de Juan Carlos con Franco, el niño volvió a los brazos maternos, para que, de nuevo años después, regresase a suelo español.

También voy a obviar el disparo accidental de un revolver que mantenía un joven Juan Carlos que acabó con una bala incrustada en el cuerpo inerte de su malogrado hermano Alfonso. Según cuentan, la madre de los infantes, María de las Mercedes, llegó a preguntarle a Juan Carlos si ese disparo había sido intencionado o no.

Sí que me voy a detener en los últimos años, donde el caudillo agonizaba. Él se hizo cargo de una España que veía con miedo el avance del terrorismo, o una facción de la ciudadanía que ya no profesaba las ideas franquista.

Al morir Franco, todas las miradas fueron a Juan Carlos que ya había jurado el trono de España. El conservador sector militar quería seguir acaparando el poder, más aún con la aparición de E.T.A., los cuales mataban día sí y día también a guardias civiles y militares por igual.

Al poco de jurar ante las Cortes, su reinado cooperaba en las decisiones políticas del país. Sea porque ese trabajo no le gustara o no, Rey y trabajo a veces no son compatibles en una misma frase, hizo que los padres de la democracia, elaboraran una Constitución, así como la legalización de partidos de izquierdas que Franco tenían amedrentados.

Así pues, dio el poder a unos españoles que habían sufrido más de cuarenta años de tiranía y dictadura.

Pero no queda ahí la cosa, no. El lunes 23 de febrero de 1981, cuando los diputados estaban reunidos para evaluar quién iría a ser el relevo de Adolfo Suárez que habría dimitido, un nutrido grupo de guardias civiles, encabezados por el Teniente Coronel Antonio Tejero, no dejó la investidura de Leopoldo Calvo–Sotelo. A todos nos es familiar esas imágenes del secuestro de los políticos, esa tranquilidad del presidente saliente o ese anciano, capitán general de Valladolid y vicepresidente del gobierno y ministro de defensa, Manuel Gutiérrez Mellado, que le echó sus canosas gónadas al servicio de la democracia. El intento por tumbar al anciano fue en balde, ya que ninguno pudo con él.

Al final cayó solo algunos cabezas de turco, quedándose el famoso elefante en libertad. Muchos dicen que ese elefante blanco pudo ser desde el General Armada hasta el mismísimo Rey de España. Sea como fuere, el mismo monarca, en un discurso televisado vestido como Capitán General de los ejércitos, dio orden inmediata para el retroceso de los carros de combate que ya habían salido de ciudades como Valencia, entre otras.  RNE fue asaltada por los militares, y los himnos ecuestres sonaron en el dial toda la jornada.

La libertad ganó, la democracia había sufrido un golpe que pronto pudo ser curado.

Esa flor de lis, que tantos disgustos han dado a españoles, recordemos el caso del rey felón Fernando VII, o Alfonso XIII que, mientras los soldados españoles morían masacrados en África, se dedicaba a grabar películas con alto contenido sexual.

Sin ir más lejos, Juan Carlos I ha estado involucrado en líos de faldas, cacerías entre otros. Su imagen de campechano para perdonarle todo con el clásico ya, «lo siento, no volverá a ocurrir». Aunque también tenemos para la posteridad ese «¿por qué no te callas?», donde mandaba silencio a otro dirigente mundial.

Desde mi humilde opinión de asiento de escritorio frente al ordenador, comprendo a quienes quieren quitar la monarquía, así como mantenerla. Yo, por mi caso, soy de los que piensan, que de mantenerse quizás deban tener más trabajo, fuera de las relaciones públicas con otros países, además de no dar tanto dinero de las arcas públicas para su sueldo, patrimonio y familia.