Los desastres de la guerra

Escrito el 01/04/2024
Manuel López Hueso

La oscuridad inundaba todo alrededor. El olor a sangre era ocultado con el de la pólvora. Hasta donde le alcanza la vista solamente puede ver cadáveres amontonados, de civiles, sobre todo y de algún que otro militar español. A su izquierda, el humo de un incendio de un establo le hace tapase la nariz con su pañuelo de seda rojo regalo de la duquesa de Alba, grande de España. Las malas lenguas dicen que entre ellos hubo algo más que trabajo.

Camina por los restos de una ciudad que está luchando contra el invasor, pagando cara su osadía. Los ciudadanos no pueden hacer frente a todo un ejército, y menos con su rey «cautivo» por el dirigente galo, aunque hay noticias que está ya liberado. Esa noticia motiva a los ciudadanos que esperan a su Rey. Luego la historia pondría en su sitio al Felón.

Su condición de afrancesado le ayuda a que las tropas enemigas no reparen en él.

Se detiene ante un niño que llora junto al cadáver mutilado de su padre. La cara del pequeño le conmueve tanto que todas esas ideas de la Revolución de Francia años atrás se quedan en nada. ¿Qué es la libertad si el daño por conseguirla es aún mayor?

Y es que su sordera no le impide escuchar tanto sufrimiento.

Ese escenario de horror inspira al pintor a recrear, como si de un fotógrafo de guerra moderno se tratase, todo lo que sus ojos están viendo.

Los grabados de esos desastres de la guerra, que junto a sus dos cuadros sobre lo sucedido, ayuda para que el mundo sepa lo que allí se está cometiendo.

Esta introducción de lo posiblemente vivido por el genial pintor Francisco José de Goya y Lucientes es lo que seguramente vean miles de fotoperiodistas de guerra, con nombres tan propios como Robert Capa, que no entraré en valorar si realmente existió o no como afirman, con sus fotografías de aquel miliciano republicano que es alcanzado en Cerro Muriano, Córdoba, por las tropas sublevadas, o instantáneas del Desembarco de Normandía, o Nick Ut y su icónica instantánea de esos niños vietnamitas encuadrando a la pequeña niña desnuda con su espalda abrasada por el napalm, entre otros tantos profesionales de la cámara.

Pero este artículo no trata sobre el periodismo de guerra en sí, sino sobre las vivencias que pueden dejar marcadas en una vida. El mismo Francisco Goya tuvo un antes y un después en sus pinturas, aunque es cierto que su época negra vendrían en los años posteriores, soy de los que piensan que mucho tuvo que ver lo vivido aquellos días, lo que aumentaban sus dolores de cabeza que ya padecía años atrás.

Y como vivencias, no puedo dejar de mencionar la de aquella niña alemana que tuvo que emigrar a Países Bajos ante el aumento de unos descerebrados que se vestían con ropas pseudo militares confeccionadas por el militante del partido nazi número 508 889, que más tarde la historia de la moda conocería como Hugo Boss.

Y es que esa pequeña tuvo que esconderse, junto a su familia y cuatro personas más en un pequeño escondite. La niña solo escribía para paliar su sufrimiento, aunque no entendía el origen de tanta maldad. Así pues, dejó recogida multitud de citas, como «A pesar de todo, todavía creo en la bondad innata de las personas».

La pequeña fallecería en el campo de exterminio alemán Bergen–Belsen, después de una etapa en el de Auschwitz.

El único superviviente de esas ocho personas que se escondían fue su padre, Otto Frank que al poco de finalizar la Segunda Guerra Mundial publicaría el diario titulado en un principio como «La casa de atrás», para después llamarse «Diario de Ana Frank». Desde aquí recomiendo su lectura a todo aquel que sienta como en nuestra vida acomodada necesita más para prosperar.

Os preguntaréis el porqué todo esto de las vivencias. Lo vivido puede marcarnos para siempre para bien o para mal.

Se me viene a la mente ese muchacho de unos 19 años recién cumplidos que esperaba en el aeropuerto militar de Morón para coger un viejo avión de transporte de tropas que tenía escala en Mallorca para terminar el vuelo en Skopje, Macedonia.

Su misión era la de pertenecer a las tropas KFOR que tenía la OTAN en Kosovo. El mantenimiento de paz entre dos etnias, la albanesa y la serbia.

Al principio no fue bien, ese jovenzuelo se creía el mismísimo Rambo. Venía de una vida acomodada, donde poco o nada le había faltado.

Corría el año 2003, cuatro años después de haber acabado la guerra. Por las calles, edificios destrozados, carreteras con impacto de misiles…

Quizás, lo que más le llamó la atención era la multitud de chicas, de su edad, guapísimas, pero todas con una marca en común. Todas presentaban una cicatriz como de piel quemada en su cuello.

Más tarde, el joven soldado, se enteró de que esa marca era producida por un cuchillo incandescente sobre la piel desnuda de una mujer que acababa de ser violada en repetidas ocasiones por soldados borrachos serbios y para dejar la marca de la vejación sin precedentes, les marcaban el cuello con el metal al rojo vivo una vez finalizada sus ansias de saciar el apetito sexual como si de bestias se tratasen.

Para quienes hayan llegado hasta aquí leyendo estás líneas, os habréis dado cuenta de que ese soldado no era otro de quien escribe…

Women console one another in Kukes, Albania, after some witnessed the extra-judicial execution of their husbands by Serb para-militaries a few hours earlier in the village of Meja, Kosovo, in 1999.

Esas vivencias me marcaron más que ese cuchillo en esas jóvenes albanesas.

Fue un antes y un después en todos mis actos, creencias y forma de ver la vida.

No hay que ser Goya y dejarnos invadir por la oscuridad para cambiar al menos el mundo. El Mundo cambia desde lo interno de cada persona, de ti y de mí depende el ver la luz donde hay oscuridad, tal como describía esa pequeña judía en su Diario.

Soy de los ilusos que piensan en esa máxima de que dos no se pelean si uno no quiere. Que las guerras sean dialécticas más que con jóvenes soldados, que como yo en su día, obedecen órdenes sin fundamentos, venidas desde un despacho calentito mientras la tropa se desangra en el campo de batalla. Todo por una foto de los vencedores, como aquella donde Churchill, Roosevelt y Stalin posan sonriendo mientras millones de vidas se había apagado para siempre.

Dos imágenes distintas, los desastres de la guerra, o la de los políticos que nada hicieron por frenar tanto caos.