Pequeño homenaje

Escrito el 29/03/2024
José Campanario

Aunque muchos no lo crean, por hábitos adquiridos o tal vez por comodidad, acostumbro a ser obediente. Y ello, a pesar de mi natural tendencia a ser un tanto díscolo.

Por eso, cuando el editor de TuPeriódico Soy me pidió que pensase en un nombre para mi columna de opinión, me puse, cumpliendo sus órdenes en forma de sutil sugerencia, a buscar alguna denominación con la que identificarme. Y surgió, ayudado por alguna sabia ayuda, el título de «El rincón de Nino».

Evidentemente, no me llamo Nino, pero sí llamaban así familiarmente a mi padre, eliminando las dos primeras sílabas de su nombre completo: Saturnino.

Casi seguro que usted, querido lector, ya sabe por dónde va el sendero: efectivamente, he decidido hacer un pequeño homenaje a mi padre. También los hombres sencillos merecen ser reconocidos por sus valores y por afrontar diariamente los retos que la vida les plantea, mucho más cuando, habitualmente, superan los desafíos del día a día. En todo caso, yo soy muy libre de rendir homenaje a mi padre sencillamente, porque me apetezca.

Pero no es por un capricho personal por lo que he decidido poner el título de mi columna como «El rincón de Nino». De mi padre aprendí muchas cosas.

Pastor en su juventud, bracero en invierno y trabajador durante la campaña en la Azucarera del Guadalquivir, murió tras 25 años de trabajos a consecuencia de la silicosis que contrajo en esa fábrica de azúcar. Tenía una mente clara, una voluntad forjada en los paisajes serranos de su Extremadura natal y unos principios éticos, bastante difíciles de encontrar en esta época donde la tecnología, el poder adquisitivo y el postureo priman por encima de dudas razonables, veladas amenazas y sospechas de corruptelas.

Tal vez salir al campo a pastorear ovejas con tan poca edad, sin más compañía que sus dos mastines extremeños, acrecentó su sentido de la responsabilidad al tener que moverse constantemente por las estribaciones de Sierra Morena, entre Monesterio y la Aldea de Pallares, doctorándose en el uso de la honda y en cocinar migas, escuchando el sonido de las aguas del Arroyo Culebrín, a veces mansas y otras revueltas pero siempre cristalinas. Y a refugiarse junto al rebaño, cuando vislumbraba la lejana tormenta en el horizonte. También tuvo que aprender a distinguir el aullido amenazante del lobo, del aullido de defensa, o de la llamada que la naturaleza imponía a ese temido animal, en ciertas épocas del año.

Quizás la herencia genética, agravada sin duda por la formación académica, sean la causa por la que en muchas ocasiones, mucho más ahora, tras tantos años de ausencia, hayan coincidido mis posturas y las de mi padre ante las injusticias.

De ahí, por esos motivos, y tal vez por otros que hasta yo mismo ignoro, mi homenaje a Nino en forma de «El rincón de Nino».