No son nostálgicos

Escrito el 04/03/2024
Gorka Fernández

Tuvo lugar este pasado sábado, 2 de marzo, el 90º aniversario de la fusión de Falange Española con las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista. El aniversario, que los organizadores —las dos Falanges— intentaron mantener en secreto, discurrió en el alquilado Teatro Goya y nos ha dado una de las mejores fotografías de la temperatura política de este país que se pueden conseguir. Les pongo un fragmento de vídeo del encuentro:

Seguramente, siendo usted demócrata, le habrán entrado escalofríos al ver tanto brazo levantado, escuchar el Cara al Sol y apreciar que la sala principal de dicho teatro, la Sala Goya —con una capacidad de 538 butacas— estaba a rebosar. Quizá le venga a la memoria aquellas otras fotografías en blanco y negro como la que abre este artículo, de los falangistas celebrando la entrada de las tropas franquistas en algunas importantes capitales, como pudiera ser Valencia —una ofensiva de cruel castigo y bombardeo indiscriminado, innecesaria militarmente— para imponer una represión de 40 años.

Entre aquellas fotografías y estos videos distan 85 años y habrá quien piense que los que airean el sobaco de tal forma son todos septuagenarios y octogenarios nostálgicos de aquellos tiempos en los que, enfundados en sus uniformes paramilitares, tenían todo el control de la represión posguerra. Seguramente, alguno halla. Pero le invitamos a detener el vídeo en cualquier momento y ver que la edad media del público asistente no es tan alta. Si no aprecia con claridad, le invitamos a ver la imagen siguiente. Esto no es una casualidad.

Como tampoco lo es el lugar elegido, el Teatro Goya. No hace ni un mes se celebraba la Gala de los Goya, certamen por antonomasia del cine español y balcón —esta vez no ha sido la excepción— de reivindicaciones sociales y políticas progresistas. No es casualidad que los premios de cine y el teatro incorporen en su logotipo la misma imagen del pintor fuendetodino.

Hace cuatro años, con un menor aforo y mucha más calva entre el público, Falange mancillaba el suelo de una de las más antiguas instituciones culturales de Madrid, el Ateneo. Un Ateneo, por cierto, que escudándose en que se «limitaron a alquilar el espacio como cualquiera podía hacer», echaba montañas de estiércol sobre las memorias de sus primeros presidentes, Valle-Inclán, Unamuno, De los Ríos, Marañón o el mismo Azaña y su lucha por una España moderna, ilustrada, crítica y capaz de las mejores obras.

Uno de los organizadores del sarao en el Teatro Goya, Jesús Gómez, decía en su pódcast La Hora del Café que el acto sería «Un puñetazo en la mesa, un sacar músculo…». Músculo para continuar su pulso a la ley, que ya el año pasado les supuso una multa de 10 000 euros, una multa que apenas les hizo daño, debido a su cada vez mayor popularidad, una popularidad en la que la pandemia tuvo mucho que ver.

Y es que esta formación y sus líderes aprovecharon la confusión generalizada para impulsar programas y canales donde promovían y amplificaban las teorías conspiranoicas de la plandemia, la inoculación de chips durante la vacunación o la denuncia de la Agenda 2030 como un programa de eugenesia.

Tampoco es casualidad que estos sean los mismos discursos-proclama de formaciones más modernas, pero con idéntico programa ideológico, como Vox, su sindicato Solidaridad, el movimiento Noviembre Nacional o los medios ultras que difunden su mensaje, amén de los aparatos parapoliciales y paramilitares como Desokupa, cuyo líder, Daniel Esteve, recibe «cruces al mérito profesional» junto con policías, guardias civiles y voluntarios de Protección Civil.

Nada de esto es casualidad, así que no creamos que son nostálgicos, sino que se están haciendo fuertes en una suerte de muerte lenta del régimen en la que nos encontramos, en la que los fascismos y neofascismos se ponen la careta de antiestablishment para captar a una juventud que ve aún más negro su futuro que la de hace una década.

Trump, Bolsonaro, Melloni, Bukele, LePen o Milei son sus máximos referentes internacionales y sus recetas ultraliberales que niegan los derechos humanos, la libertad del individuo —no así de la empresa— y los derechos sociales.

La privatización de cualquier espacio público —como se ha pretendido en Sevilla—, la venta de los recursos naturales a cualquier precio —como se quiere hacer con Aznalcóllar—, la censura a la cultura incómoda o la apropiación de símbolos o reivindicaciones legítimas —como las recientes tractoradas— son solo pasos en su programa de colonización del discurso público, de cooptación de la opinión de la sociedad.

Nada de esto es una casualidad. No le demos la victoria al fascismo de pensar que son cuatro nostálgicos.