Sumar, la implantación territorial y las cuñas forzadas

Escrito el 07/02/2024
Gorka Fernández

La política española está llena de anomalías. Lo vemos cada día, y lo peor es que se ha naturalizado. Saltarse la realidad y forzar el discurso es la nueva normalidad, impuesta por un cambio de relato que busca, en vez de cambiar y transformar dicha realidad, acomodarla a la propia agenda.

Ejemplos tenemos varios: el PP con su renuencia a cambiar un CGPJ que determina qué agenda política y mediática tendrá la semana —¿avanza el tema de la amnistía?, digamos que son terroristas—; el discurso positivista sobre el consentimiento en el marco del juicio a Dani Alves, meses después de criticar y defenestrar públicamente a sus muñidoras (Montero, Rodríguez Pam) por unas revisiones de condenas que, oh cero sorpresa, fueron anuladas en su mayoría.

La creación del enemigo externo para tapar las vergüenzas o contradicciones propias es una de las más fáciles, antiguas y eficaces, al tiempo que falaces, estrategias de confrontación. Utilizada sin ambages en la política patria, nos da portadas día sí y día también. La última, la guerra entre Podemos y Sumar. Una guerra mediática, de ocupación del espacio electoral creado por la formación morada —una ampliación del espacio a la izquierda del PSOE significado históricamente por el PCE y posteriormente por IU, que en 1996 consiguió su máxima expansión, 21 escaños— que tiene visos de convertirse en la cortina de humo de la legislatura.

Las telas de esta cortina no son menudas: apropiación de méritos —Sumar se arroga todas las subidas del SMI, incluso de cuando no existían—, confrontación con los temas peliagudos, incluso cuando son demanda social —el contractualismo del consentimiento planteado por Clara Serra y defendido por Yolanda Díaz como una forma de alejamiento de la Ley del Sólo Sí es Sí— y cooptación de espacios.

Esta última, la cooptación de espacios, pretende imponer una sobre representación pública con base en premisas vacías. Este modo de actuar, por otra parte, no es exclusivo de Sumar y hunde sus raíces modernas —las históricas podemos encontrarlas en la instrumentalización de los movimientos sociales, cosa otra que se repite en estos días— en la forma de actuar que, internamente, dispuso Íñigo Errejón en el seno de Podemos —¿recuerdan el núcleo irradiador? A esto se refería— y que Sumar, en su propia ola, ha hecho patente de corso.

Este comportamiento ya fue vivido en la izquierda rinconera durante las negociaciones para la conformación de una coalición con motivo de las elecciones municipales. Planteada en un principio como un acuerdo entre Izquierda Unida, Podemos, Más País y Alianza Verde, pronto se frustró por diferencias irreconciliables en el diagnóstico de la realidad política local.

La primera diferencia, y quizá la más grande, se daba por el arrogamiento de Más País —un partido creado al efecto de las elecciones, y disuelto justo antes— de ser un sujeto político más importante de lo que realmente era, y su exigencia de un puesto preeminente en las listas —el dos, nada menos— razonando que se tenía experiencia política e institucional.

Al razonamiento —cierto en lo esencial— le cojeaban un par de teorías. La primera, que su representante institucional, Luis Silva, había manifestado que «no se presentaría a más elecciones y abandonaría la vida política». Segundo, que dicha representación había sido bajo las siglas de Podemos, aunque posteriormente había dejado el partido. Esta cuña forzada de sobre representación a costa del mérito de otras formaciones se materializó cuando, al inicio de las negociaciones, Más País publicó en sus redes una imagen sobre la coalición, disponiéndose en el mismo nivel que IU y desplazando a un menor nivel a Podemos. Esta y otras perlas de exigencia dio al traste con cualquier tipo de acuerdo, enmarañó una campaña electoral ya de por sí complicada —no se hablaba de los problemas del pueblo, sino de Txapote— y desmovilizó a un sector importante del voto de izquierdas, ya erosionado por la prensa continua, la desafección política y el desencanto con la representación del momento.

El resultado de las elecciones —juez último y único de la voluntad popular— fue claro: la coalición de izquierdas sacó dos concejales, un triunfo dado el marcado retroceso del bloque progresista —incluso el PSOE rinconero lo sufrió, aunque aguantó el tipo gracias a la ley D’Hont y su gestión— y el crecimiento incontestable de la derecha. Si en otros municipios, las opciones a la izquierda del PSOE desaparecían, en La Rinconada IU mantenía parte de su poder y Podemos recuperaba el escaño de un concejal díscolo. Los resultados políticos, tras eso, no se hicieron esperar y la coalición acordó con el gobierno socialista ocho enmiendas a las ordenanzas fiscales y, posteriormente, más de diez medidas programáticas en los presupuestos de la ciudad. Una acción política nacida de las urnas y del trabajo institucional en virtud de la representación.

Mientras, Sumar ha estado jugando a la implantación territorial disponiendo asambleas cerradas en la comarca, a la búsqueda de una unidad de la izquierda que incluso ignora la representación de dicha izquierda en los ayuntamientos cuando no coincide con sus postulados, una consciente ignorancia de la realidad que intenta dibujar otra para beneficio propio. Hasta tal punto puede llegar dicho relato forzado que, dado el trágico accidente laboral de un rinconero, se convoca a una asamblea —en realidad, una concentración— pero se olvida de invitar a los representantes, aun cuando se tiene línea directa con ellos. El resultado, forzado, de nuevo, una representación ficticia de fuerzas que sólo existen en las fotografías y no trabajan por la ciudadanía. Cuñas que intentan calar de cara a unas elecciones europeas en las que Sumar se juega su legitimidad —los de Yolanda Díaz deben verificar si les han votado por sí mismos o porque Podemos y otros partidos estaba en las listas— y, también, su futuro político personal.

Mientras se clarifican las cosas y las políticas confusas, tenemos teatro de enredo. Y ganancia de los de siempre, no lo olviden.