A quién debemos la calle. Zenobia Camprubí

Escrito el 20/03/2022
Redacción

Cerca de la protagonista de nuestra primera calle (Federica Montseni) se encuentra la pequeña e ignota calle de Zenobia Camprubí.
Ignota hasta para los mapas generalistas, que aún conservan el nombre que se le pondría originalmente: el de Rosa Chacel, escritora de la generación del 27 y una de las Sinsombrero.

Precisamente sobre la generación del 27 y de su silenciada y desconocida rama femenina, Zenobia Camprubí tendría mucho ascendente. Por un lado, como esposa e influencia artística de Juan Ramón Jiménez, a su vez, referente poético.

En sí misma como autora y no señora de destacó como escritora, traductora y lingüista, simbolizando como pocos la edad de plata de las ciencias y las artes españolas. Pionera del feminismo español, reivindicó desde el Lyceum Club Femenino (asociación de mujeres entre 1929 y 1936 fundada por María de Maeztu) del que fue secretaria, un mayor espacio social, cultural y económico de la mujer en la sociedad.

Precisamente en este último asunto militó activamente por la equiparación salarial hombre-mujer —algo a lo que hoy, 101 años después, hemos cambiado el nombre por brecha salarial pero sigue siendo el mismo cuento— en la Asociación Nacional de Mujeres Españolas de Acción Feminista Político-Económica.

Zenobia —como la reina del Imperio de Palmira (hoy Siria) y Egipto entre 267 y 272— era una mujer culta, de familia acomodada que había hecho fortuna gracias al comercio con las Indias y el caribe, con gran vinculación con Puerto Rico y los EEUU.

Emprendedora e independiente, haría su primera empresa con 13 años, y dos más tarde escribiría artículos para la St. Nicholas Illustrated Magazine, una revista juvenil neoyorquina. En La Rábida, con 22 años, crea una escuela improvisada en unas dependencias de la casa familia para dar clase a 19 niños de los alrededores.

Traduciría 22 volúmenes del poeta Tagore (Premio Nobel 1913) y difundiría la cultura y la lengua españolas como profesora de la Universidad de Maryland. En su periplo vital escribiría un diario —tal como también haría Rosa Chacel— imprescindible para entender la vida y literatura de la primera mitad del s. XX. ■